Enajenación, extrañamiento y desrealización

Altruismo rebelde, la dura subida a la cima de la civilización… La escalinata ya estaba puesta, las piedras más bellas y pulidas que cubrían la superficie de la tosca y geométrica construcción sirvieron para levantar el Cairo; pues del mismo modo que el capital es trabajo cristalizado la materia es energía cristalizada… El monstruoso gigante se yergue victorioso sobre los hombres, fruto de la codicia es expresión del egoísmo humano. Levantado sobre el sudor y sangre ajena para enaltecer a las víboras ególatras.

Si el producto del trabajo me es ajeno, se me enfrenta como un poder extraño, entonces ¿a quién  pertenece?
Si mi propia actividad no me pertenece; si es una actividad ajena, forzada, ¿a quién pertenece entonces?
A un ser otro que yo.
¿Quién es ese ser?
¿Los dioses? Cierto que en los primeros tiempos la producción principal, por ejemplo, la construcción de templos, etc., en Egipto, India, Méjico, aparece al servicio de los dioses, como también a los dioses pertenece el producto Pero los dioses por si solos no fueron nunca los dueños del trabajo. Aún menos de la naturaleza. Qué contradictorio sería que cuando más subyuga el hombre a la naturaleza mediante su trabajo, cuando más superfluos vienen a resultar los milagros de los dioses en razón de los milagros de la industria, tuviese que renunciar el hombre, por amor de estos poderes, a la alegría de la producción y al goce del producto.
El ser extraño al que pertenecen el trabajo y el producto del trabajo, a cuyo servicio está aquél y para cuyo placer sirve éste, solamente puede ser el hombre mismo. Si el producto del trabajo no pertenece al trabajador, si es frente él un poder extraño, esto sólo es posible porque pertenece a otro hombre que no es el trabajador. Si su actividad es para él dolor, ha de ser goce y alegría vital de otro. Ni los dioses, ni la naturaleza, sino sólo el hombre mismo, puede ser este poder extraño sobre los hombres.
Recuérdese la afirmación antes hecha de que la relación del hombre consigo mismo únicamente es para él objetiva y real a través de su relación con los otros hombres. Si él, pues, se relaciona con el producto de su trabajo, con su trabajo objetivado, como con un objeto poderoso, independiente de él, hostil, extraño, se esta relacionando con él de forma que otro hombre independiente de él, poderoso, hostil, extraño a él, es el dueño de este objeto; Si él se relaciona con su actividad como con una actividad no libre, se está relacionando con ella como con la actividad al servicio de otro, bajo las órdenes, la compulsión y el yugo de otro.
Toda enajenación del hombre respecto de sí mismo y de la naturaleza aparece en la relación que él presume entre él, la naturaleza y los otros hombres distintos de él, Por eso la autoenajenación religiosa aparece necesariamente en la relación del laico con el sacerdote, o también, puesto que aquí se trata del mundo intelectual, con un mediador, etc. En el mundo práctico, real, el extrañamiento de si sólo puede manifestarse mediante la relación práctica, real, con los otros hombres. El medio mismo por el que el extrañamiento se opera es un medio práctico. En consecuencia mediante el trabajo enajenado no sólo produce el hombre su relación con el objeto y con el acto de la propia producción como con poderes que le son extraños y hostiles, sino también la relación en la que los otros hombres se encuentran con su producto y la relación en la que él está con estos otros hombres. De la misma manera que hace de su propia producción su desrealización, su castigo; de su propio producto su pérdida, un producto que no le pertenece, y así también crea el dominio de quien no produce sobre la producción y el producto. Al enajenarse de su propia actividad posesiona al extraño de la actividad que no le es propia.
Hasta ahora hemos considerado la relación sólo desde el lado del trabajador; la consideraremos más tarde también desde el lado del no trabajador. (K. Marx; manuscritos filosóficos 1848) https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/man1.htm#1-4
El salario es una consecuencia inmediata del trabajo e n a j e n a d o y el trabajo enajenado es la causa inmediata de la propiedad privada. Al desaparecer un término debe también, por esto, desaparecer el otro.
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UNA CRISIS DE DECADENCIA

La recesión generalizada asesta un duro golpe a todas las ilusiones neroreformistas y neogradualistas sobre las capacidades infinitas de «adaptación» del régimen capitalista. Confirma lo que siempre hemos proclamado, incluso en los años de expansión más intensa. El leopardo no ha perdido sus manchas: el capitalismo es siempre el capitalismo; sus contradicciones internas se mantienen irresolubles. Si se quiere evitar el regreso al desempleo, a las recesiones cada vez más graves, a la inflación galopante, al hambre que se expande en las semi-colonias, a la miseria que puede reaparecer en gran escala incluso en los países capitalistas, no puede uno contentarse con tentativas orientadas a mejorar el funcionamiento de la economía de mercado, o con sueños sin base sobre la instauración de una «economía mixta».

 Por una alquimia de la que el marxismo desde hace mucho desmontó los engranages, la ideología dominante sigue como una sombra la evolución objetiva, incluso anticipándose a veces a ella. Después de la década optimista ─*la entrada en el euro─ del «crecimiento asegurado», he aquí que llegan las horas pesimistas del «crecimiento cero», de la «crisis irrevocable de la civilización técnica». Rechazamos ambos mitos, hechos a la imagen de la clase dominante en decadencia.

El crecimiento ininterrumpido es imposible en el régimen capitalista, que lleva en sí mismo el ciclo económico, como la nube lleva a la tormenta. El crecimiento capitalista es siempre crecimiento desequilibrado y desequilibrante. Hay siempre combinación de desarrollo y subdesarrollo, crecimiento de la desigualdad social, en el plano nacional e internacional, en función misma de tal crecimiento. Pero eso no se debe al carácter maléfico de la ciencia o de la técnica. Eso no puede ser borrado con un regreso malthusiano a las formas de producción primitivas que condenarían a miles de millones de serses humanos a la miseria.

 La causa del mal es el valor de cambio vuelto autónomo; es el enriquecimiento convertido en el objetivo de la actividad económica; es el beneficio de la empresa tomado separadamente, convertido en criterio y finalidad del crecimiento; es decir, la propiedad privada y la competencia; la economía mercantil y el capitalismo. Todas las catástrofes, comprendidas las vías irracionales e inhumanas en que la tecnología se ha extraviado, vienen de esta base social y de ella solamente. Todo puede ser evitado si el régimen de la ganancia es abolido, si los trabajadores gestionan ellos mismos sus empresas de manera planificada, si el crecimiento es regulado y sujeto a los imperativos de la satisfacción de las necesidades prioritarias de todos los habitantes del globo.

 La recesión generalizada de la economía capitalista confirma que el sistema está enfermo, que está históricamente en agonía. Pero sabemos que agonía no significa desaparición automática; que la crisis económica no produce por sí misma una revolución social victoriosa. La recesión generalizada ha estallado en un contexto histórico infinitamente más favorable al proletariado que la de 1929-1932. Pero si la crisis de la dirección revolucionaria no se resuelve; si el partido revolucionario de los trabajadores no se construye a tiempo; si la conciencia de las masas trabajadoras no se eleva a la altura de las exigencias históricas; si las contradirecciones económicas devienen cada vez más explosivas, entonces es posible que la burguesía imperialista recurra, en unos años, por segunda vez, a los «remedios» con los cuales «resolvió» la crisis de los años treinta. Buscará entonces inflingir una derrota muy pesada a la clase obrera, elevar la tasa de ganancia gracias a la sobreexplotación de los trabajadores, estabilizada por un «Estado fuerte», si no por una dictadura feroz. Volvería a lanzarse en la carrera hacia la guerra. Serían «remedios» infinitamente más catastróficos en la época de las armas nucleares y biológicas que en la época de Hitler. La recesión generalizada nos recuerda así la actualidad viva del dilema: socialismo o barbarie.  (Ernest Mandel; La crisis)

*El ser social

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Direcciones reformistas vs respuesta de los revolucionarios

Es probable que la amplitud actual del desempleo no pueda «calmar», incluso desmovilizar, a la clase obrera, y que la recesión exacerbe las luchas de clase. En esas condiciones el riesgo principal lo constituyen las maniobras burguesas, apoyadas o toleradas por las direcciones reformistas y neoreformistas, destinadas a fragmentar, a parcelar las reacciones obreras, a jugar con el miedo para «moderar» las reivindicaciones salariales; destinadas a reabsorber el rechazo del desempleo pagando primas de despido (cada vez de menor cuantía) a quienes pierden su empleo; a canalizar la voluntad de cambio político radical de los trabajadores hacia soluciones reformistas o de colaboración gubernamental con la burguesía, que sean compatibles con el mantenimiento del régimen.

La respuesta de los revolucionarios debe ir en el sentido de un combate por las reivindicaciones transitorias que corresponden, a la vez, a las necesidades más apremiantes de los trabajadores y a la necesidad histórica de orientar sus movilizaciones en un sentido anticapitalista acentuado: reducción radical de la semana de trabajo (semana de 35 o 32 horas) sin reducción de los salarios; escala móvil integral y automática de los salarios; apertura de los libros de contabilidad; nacionalización sin indemnización y bajo control obrero de las industrias claves y de los bancos; nacionalización sin indemnización y bajo control obrero de todas las empresas que cierren o que sean salvadas de la bancarrota por los subsidios del Estado; gobierno de los trabajadores que elabore un plan de desarrollo de la economía fundado en la satisfacción de las necesidades de las masas y que garantice el pleno empleo. (Ernest Mandel; La crisis, pag. 34)

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Trabajo enajenado

Pues, en primer termino, el trabajo, la actividad vital, la vida productiva misma, aparece ante el hombre sólo como un medio para la satisfacción de una necesidad, de la necesidad de mantener la existencia física. La vida productiva es, sin embargo, la vida genérica. Es la vida que crea vida. En la forma de la actividad vital reside el carácter dado de una especie, su carácter genérico, y la actividad libre, consciente, es el carácter genérico del hombre. La vida misma aparece sólo como medio de vida.
El animal es inmediatamente uno con su actividad vital. No se distingue de ella. Es ella. El hombre hace de su actividad vital misma objeto de su voluntad y de su conciencia. Tiene actividad vital consciente. No es una determinación con la que el hombre se funda inmediatamente. La actividad vital consciente distingue inmediatamente al hombre de la actividad vital animal. Justamente, y sólo por ello, es él un ser genérico. O, dicho de otra forma, sólo es ser consciente, es decir, sólo es su propia vida objeto para él, porque es un ser genérico.
Sólo por ello es su actividad libre. El trabajo enajenado invierte la relación, de manera que el hombre, precisamente por ser un ser consciente hace de su actividad vital, de su esencia, un simple medio para su existencia. (Karl Marx; Manuscritos económicos y filosóficos 1844)
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COREA del Norte: UNA «MONARQUIA COMUNISTA»

El derecho sucesorio sin patrimonium. El culto a la personalidad ha dado a luz, instaurando el derecho sucesorio. Si en la URSS fue de chupa tintas a chupa tintas, de burócrata a burócrata; Cuba lo superó trasmitiendo el cargo de hermano a hermano…, sólo para preparar el terreno a la más pura y conservadora ortodoxia del patriarcado, el derecho sucesorio de Padre a Hijo.

La herencia del cargo o de profesión nos recuerda las comunidades de hormigas en el hormiguero y las abejas en la colmena… ¿Somos hombres o insectos?

El destino de la URSS, China, Cuba, Vietnam…, es el mentís de la Historia al estalinismo; los Estados burocratizados. Más degeneración es imposible

Gracias al Estalinismo el comunismo es una palabra proscrita. Y mientras el fascismo no se identifica con el capitalismo, pues al fin y al cabo, es sólo la forma, in extremis, que adopta el Estado burgués para salvar su pellejo. El estalinismo se identifica con el comunismo… Este es el trágico legado del «menchevismo» estalinista.. la defensa del comunismo en un sólo país.. La defensa de la URSS por encima de la revolución alemana, de la revolución española…

La burocracia de la sociedad militarizada coreana no dudará en sacrificar lo que haga falta por salvar su pelleja de burócrata… La monarquía comunista este es el legado de la burocracia comunista, el patriarcado comunista… (By Agustín Foratdecuc)

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El secreto de la acumulación originaria

«Esta acumulación originaria viene a desempeñar en la Economía política más o menos el mismo papel que desempeña en la teología el pecado original. Adán mordió la manzana y con ello el pecado se extendió a toda la humanidad. Los orígenes de la primitiva acumulación pretenden explicarse relatándolos como una anécdota del pasado. En tiempos muy remotos —se nos dice—, había, de una parte, una élite trabajadora, inteligente y sobre todo ahorrativa, y de la otra, un tropel de descamisados, haraganes, que derrochaban cuanto tenían y aún más. Es cierto que la leyenda del pecado original teológico nos dice cómo el hombre fue condenado a ganar el pan con el sudor de su rostro; pero la historia del pecado original económico nos revela por qué hay gente que no necesita sudar para comer.

No importa. Así se explica que mientras los primeros acumulaban riqueza, los segundos acabaron por no tener ya nada que vender más que su pellejo. De este pecado original arranca la pobreza de la gran masa que todavía hoy, a pesar de lo mucho que trabaja, no tiene nada que vender más que a sí misma y la riqueza de los pocos, riqueza que no cesa de crecer, aunque ya haga muchísimo tiempo que sus propietarios han dejado de trabajar. Estas niñerías insustanciales son las que al señor Thiers, por ejemplo, sirven todavía, con el empaque y la seriedad de un hombre de Estado a los franceses, en otro tiempo tan ingeniosos, en defensa de la propriété [propiedad]. Pero tan pronto como se plantea el problema de la propiedad, se convierte en un deber sacrosanto abrazar el punto de vista de la cartilla infantil, como el único que cuadra a todas las edades y a todos los grados de desarrollo. Sabido es que en la historia real desempeñan un gran papel la conquista, el esclavizamiento, el robo y el asesinato, la violencia, en una palabra. Pero en la dulce Economía política ha reinado siempre el idilio. Las únicas fuentes de riqueza han sido desde el primer momento el derecho y el «trabajo», exceptuando siempre, naturalmente, «el año en curso». En la realidad, los métodos de la acumulación originaria fueron cualquier cosa menos idílicos.» (K. Marx; EL CAPITAL, capitulo XXIV. La llamada acumulación)

http://www.marxists.org/espanol/m-e/1860s/eccx86s.htm

originaria

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La alianza entre el Estado y la Bolsa bendecida bajo sufragio universal

La forma más elevada del Estado, la república democrática, que en nuestras condiciones sociales modernas se va haciendo una necesidad cada vez más ineludible, y que es la única forma de Estado bajo la cual puede darse la batalla última y definitiva entre el proletariado y la burguesía, no reconoce oficialmente diferencias de fortuna. En ella la riqueza ejerce su poder indirectamente, pero por ello mismo de un modo más seguro. De una parte, bajo la forma de corrupción directa de los funcionarios, de lo cual es América un modelo clásico, y, de otra parte, bajo la forma de alianza entre el gobierno y la Bolsa. Esta alianza se realiza con tanta mayor facilidad, cuanto más crecen las deudas del Estado y más van concentrando en sus manos las sociedades por acciones, no sólo el transporte, sino también la producción misma, haciendo de la Bolsa su centro. Fuera de América, la nueva república francesa es un patente ejemplo de ello, y la buena vieja Suiza también ha hecho su aportación en este terreno. Pero que la república democrática no es imprescindible para esa unión fraternal entre la Bolsa y el gobierno, lo prueba, además de Inglaterra, el nuevo imperio alemán, donde no puede decirse a quién ha elevado más arriba el sufragio universal, si a Bismarck o a Bleichröder. Y, por último, la clase poseedora impera de un modo directo por medio del sufragio universal. Mientras la clase oprimida ─en nuestro caso el proletariado─ no está madura para libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de hoy como el único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su extrema izquierda. Pero a medida que va madurando para emanciparse ella misma, se constituye como un partido independiente, elige sus propios representantes y no los de los capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el índice de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el Estado actual, pero esto es bastante. El día en que el termómetro del sufragio universal marque para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo mismo que los capitalistas, qué deben hacer. (Friedrich Engels; El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado)

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«En nuestra época la explotación capitalista, la opresión imperialista, empujan de nuevo a las masas hacia el camino de los grandes combates. Pero por sí solas, las masas sólo se ven llevadas a formular objetivos inmediatos para estas luchas: defensa o aumento de los salarios reales; defensa o conquista de algunas libertades democráticas fundamentales; derrocamiento de los gobiernos particularmente opresivos, etc.

La burguesía se permite hacer concesiones a las masas en lucha para evitar que sus combates no se desarrollen hasta el punto de amenazar el conjunto de la explotación capitalista. Se lo permite tanto más en la medida en que dispone de innumerables instrumentos para neutralizar estas concesiones, para retomar con una mano lo que ha dado con la otra. Si acepta conceder aumentos de salarios, el alza de los precios puede mantener sus ganancias. Si se reduce la jornada de trabajo, puede acelerar el ritmo de trabajo. Si los trabajadores le arrancan medidas de seguridad social, los impuestos que gravan sus rentas pueden ser debidamente incrementados, de manera que lleguen a pagar por sí solos lo que parece que el Estado les conceda, etc.

Para romper este círculo vicioso, es necesario que las masas tomen como objetivos de sus luchas cotidianas reivindicaciones transitorias cuya realización sea incompatible con el funcionamiento normal de la economía capitalista y del Estado burgués. Estas reivindicaciones deben ser formuladas de manera tal que puedan ser comprendidas por las masas, pues de lo contrario se quedarán en el papel. Al mismo tiempo, deben tener la virtud de provocar, por su propio contenido y por la amplitud de las luchas desencadenadas, una contestación de todo el régimen capitalista y el nacimiento de órganos de tipo soviético, órganos de dualidad de poder. Lejos de ser solamente válidos en períodos de crisis revolucionaria agudas, las reivindicaciones transitorias ─como por ejemplo la reivindicación de control obrero─ tienden precisamente a hacer surgir  la crisis revolucionaria, induciendo a los trabajadores a contestar el régimen capitalista, tanto en los hechos como en su consciencia.» (Ernest Mandel; Introducción al marxismo)

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Libertad económica y libertad política

Para muchas personas que no reflexionen sobre esta cuestión, libertad política y libertad económica son conceptos equivalentes. Por lo menos, esto es lo que afirma el dogma liberal, que en la actualidad pretende pronunciarse del mismo modo <<por la libertad>> en todos los terrenos.

Sin embargo, si la libertad política puede ser fácilmente definida diciendo que la libertad de los unos no debe implicar la servidumbre de los otros, no sucede lo mismo con la libertad económica. Basta con que reflexionemos un momeno para ver claro que la mayoría de los aspectos de esta <<libertad económica>> implican precisamente la desigualdad, la automática exclusión de una gran parte de la sociedad de la posibilidad de gozar de esta misma libertad.

La libertad de comprar y vender esclavos implica que la sociedad esté dividida en dos grupos: los esclavos y los amos de esclavos. La libertad de apropiarse de los medios de producción fundamentales como propiedad privada implica la existencia de una clase social obligada a vender su fuerza de trabajo. ¿Qué haría el propietario de una gran fábrica si nadie se viera obligado a trabajar por cuenta ajena.

Los burgueses de la época ascendente del capitalismo, siempre fieles a su propia lógica, defendieron el principio de la libertad de enviar a trabajar a la mina a niños de 10 años; la libertad de obligar a los trabajadores a producir de 12 a 14 horas diarias. Pero les negaban obstinadamente una libertad: la libertad de asociación de los trabajadores, prohibida en Francia por la famosa Ley Le Pellitier puesta en vigor en plena revolución francesa ¹(revolución burguesa en Francia), con el pretexto de prohibir las coaliciones de origen corporativista.

Estas aparentes contradicciones de la ideología burguesa desaparecen en cuanto se reorganizan todas estas actitudes en torno de un único tema central: la defensa de la propiedad y del interés de clase capitalista. Esta es la base de toda la ideología burguesa, y no una defensa intransigente cualquiera del <<principio>> de libertad.

Esto se ve con mucha más claridad en la historia del derecho de voto. El moderno parlamentarismo nació como expresión del derecho de la burguesía a controlar los gastos públicos financiados por los impuestos que dicha burguesía pagaba. En la revolución inglesa ¹(revolución burguesa en Inglaterra) de 1649 proclamó: no taxation without representation (no impuestos sin representación en el parlamento). Lógicamente, negó el derecho de voto a las clases populares que no pagaban impuestos: ¿no se sentirían impulsados sus representantes <<demagogos>> a votar constantemente nuevos gastos, ya que eran otros los que tenían que pagarlos?

Encontramos en este ejemplo nuevamente la base de la ideología burguesa, que no es en absoluto el principio de igualdad de derechos para todos los ciudadanos (el derecho de voto censitario se arrastra cíclicamente a los pies de este principio), ni el principio de la libertad política garantizada a todos, sino por el contrario la defensa y la ilustración de las cajas fuertes, de los grandes capitales. (Ernest Mandel; Introducción al marxismo)

¹Añadido de El ser social

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Fascismo, pequeña burguesía y proletariado

De momento, la burguesía puede mantenerse en el Poder por los métodos del Estado parlamentario creado por ella misma; no tiene necesidad del fascismo, por lo menos de momento. Además, a la burguesía no le gusta el modo «plebeyo» de solucionar sus problemas. Tanto más por cuanto que la experiencia del nazismo en la vieja Europa trae amargos recuerdos.
Como la pequeño-burguesía es incapaz de una política «independiente» (por eso, en particular, la «dictadura democrática» pequeñoburguesa es irrealizable), no le queda más que la elección entre la burguesía y el proletariado.
En época de ascenso, desarrollo y florecimiento del capitalismo, la pequeño-burguesía, a pesar de las irrupciones agudas de descontento, marchó, en general, obedientemente en el tiro capitalista. Tampoco podría hacer otra cosa. Pero en las condiciones de la descomposición capitalista y de la situación económica sin salida, la pequeño-burguesía tiende a perseguir e intentar el modo de sustraerse al grillete de los antiguos amos y dirigentes de la sociedad. Es completamente capaz de enlazar su suerte a la del proletariado. Para ello sólo se requiere una condición: la pequeña burguesía debe adquirir la creencia en la capacidad del proletariado para conducir a la sociedad por un nuevo camino. El proletariado sólo puede inspirarle esta creencia por su fuerza, por la seguridad de sus acciones, por una ofensiva hábil sobre el enemigo, por el éxito de su política revolucionaria.
Pero ¡ay de él si el partido revolucionario no se muestra a la altura de la situación! La lucha cotidiana del proletariado agudiza la inestabilidad de la sociedad burguesa. Las huelgas y las revueltas políticas agravan la situación económica. La pequeño-burguesía podría adaptarse pasajeramente a estas privaciones crecientes si llegase, por experiencia, a la convicción de que el proletariado está en condiciones de guiarla por un nuevo camino. Pero si el partido revolucionario, a pesar de una lucha de clases constantemente acentuada, sigue mostrándose incapaz de concentrar a la clase obrera en torno suyo, oscila, se extravía, se contradice, entonces la pequeña-burguesía pierde la paciencia y comienza a ver en los obreros revolucionarios a los autores de su propia miseria. Todos sus pensamientos son inducidos a tal conclusión por todos los partidos burgueses, incluida la socialdemocracia, así como la crisis social tome entonces una agudeza insoportable, y aparece una partido cuyo objeto directo es poner al rojo a la pequeña-burguesía y dirigir su odio y su desesperación contra el proletariado. En Alemania esta función histórica se cumplió por el nacionalsocialismo, en España por falange, etc., extensa corriente cuya ideología se compone de todas las exhalaciones pútridas de la sociedad burguesa en descomposición. La responsabilidad política principal del crecimiento del fascismo incumbió, ciertamente, a la socialdemocracia. Desde hace más de un siglo, el trabajo de este partido se reduce a arrancar a la conciencia del proletariado la idea de una política independiente, a sugerirle la creencia de la eternidad del capitalismo, y a obligarle a toda ocasión a arrodillarse ante la burguesía decadente. La pequeña-burguesía no puede seguir al obrero si no ve en él al nuevo amo. La socialdemocracia enseña al obrero a ser un lacayo. A un lacayo no le seguirá la pequeña-burguesía. La política del reformismo quita al proletariado la posibilidad de dirigir a las masas plebeyas de la pequeño-burguesía, transformándola ya por eso en carne de cañón del fascismo.
Políticamente, la cuestión no se zanja por la responsabilidad de la socialdemocracia, pero esto es «otra historia». (Ernest Mandel;

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